Comemos mucho más que comida

Una de las brechas más graves es la que se ha abierto entre la cotidiana necesidad de alimentarnos y lo que conlleva el poder hacerlo. De hecho ya somos pocos los que comemos lo que hemos cultivado. La población directamente implicada en el sector primario no supera el 25 % de los humanos. Todavía menor resulta el número de los que al comer se plantean, ni siquiera por un instante, de donde procede lo que satisface su elemental necesidad y, mucho menos, cómo se logró. Raya ya en lo muy minoritario la consideración de que no podemos seguir ampliando las fronteras agrícola y ganadera, ni mucho menos el número de persona, sobre todo el de las hambrientas. Sin embargo casi todo lo que tan alegremente se ignora resulta por completo imprescindible. Es más, si fuéramos capaces de exigir, y generalizar su consumo, la agricultura natural supondría una clara garantía sobre la salud de nuestros alimentos y de la equidad en todas las fases de su obtención. Es más, se arreglarían de golpe un buen número de problemas sociales, económicos, sanitarios y, por supuesto, ambientales. Resulta imprescindible entender que, cuanto más autosuficientes seamos, en el amplio sentido del término, más suficiente será el planeta entero. Cuanto más vivaces sean los productos alimentarios más sanos estarán nuestros cuerpos y el conjunto de la vida del planeta. A lo que siempre cabe añadir que prácticamente el 30 % de lo que la humanidad come son porciones de la diversidad biológica espontánea, es decir que no son productos agrícolas ni ganaderos. En este capítulo destaca la aportación de los océanos a través de la pesca. Comemos pues los resultados de los esfuerzos de la espontánea vivacidad.
Podemos profundizar más todavía desde el momento en que lo primero que llena el olvido es una desvalijada obviedad; la de que comemos mucho más que comida. Porque nuestros nutrientes dependen infinitamente más de lo que no controlamos que de las más depuradas técnicas o destrezas humanas. Para empezar recordemos que la arrogancia nos esconde la evidencia que el mejor agricultor es la misma planta que estamos cultivando. Ayudar a crecer es todo lo más que podemos hacer los campesinos. Hacer coincidir sobre el terreno que aramos a los elementos básicos y propiciar las tendencias de la vida es todo nuestro mérito. Sin olvidar que el verdadero agricultor es ante todo un cuidador. Muy lejos por tanto del papel manipulador, extractor de un sector primario cada vez más industrializado. Muy lejos por tanto de esta avalancha de trivialidad que verten las televisiones, hasta el empacho, con programas gastronómicos.

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